Corre el año 1580, unos 40 años después de la destrucción de la primitiva Buenos Aires, Juan de Garay decide que valía la pena intentar una segunda fundación. Una vez labrada el acta correspondiente, se encargó de otorgar mercedes (títulos gratuitos) a quienes quisieran establecerse en ese lodazal que por entonces era el estuario del Río de la Plata. Uno de los afortunados fue Miguel Gómez, un criollo nacido en Asunción y que tuviera una extensa participación en aquellos años duros que siguieron a la primera fundación. Diez años más tarde, un apuesto maduro de 30 años llega a estas tierras, estableciéndose en unos terrenos linderos que compra de su propio patrimonio. Su nombre es Juan Domínguez, nacido en la ciudad de Palermo (en lo que hoy es Italia), militar de mucha experiencia en la conquista de los Pirineos. No queda claro por qué viene a parar a estas tierras tan remotas, ni qué fue lo que vio en Isabel, hija de don Gómez, su vecino. Lo cierto es que la suerte no estuvo del lado de Juan, quien muy pronto queda viudo, heredando las tierras que ya había recibido su esposa, una vez fallecido su padre. En los mapas posteriores, ambas chacras fusionadas fueron llamadas las “tierras de Palermo” y así quedaron a lo largo del tiempo. Buenos Aires es inmigración desde el arranque, pero los que consideran que el nombre del barrio proviene de los italianos llegados en las olas de inmigración de los siglos XIX y XX están equivocados.
Pasaron los años. La enorme extensión de este predio fue asiento de inmigrantes que añadieron al barrio una interesante impronta de casas de techos altos y frentes europeos, alternado con las famosas casas chorizo, con amplios patios y galerías cubiertas. Sus calles fueron testigos de florecientes bailongos en donde el resoplo de cientos de bandoneones, convivieron con el humilde organito de la suerte; y al mismo almacén concurrían las señoras de la alta sociedad y las mujeres oscuras, en una armonía no exenta de reproches provenientes de ambas partes. Borges situaba la fundación de Buenos Aíres en la mítica manzana comprendida por Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga. Solo una cosa faltó: “la vereda de enfrente”.
Pero como todo tiene su ciclo, Palermo no escapó a la declive vejez de sus habitantes. El empedrado salpicó sus charcos, borrando el cincel de las fachadas y la sordidez comenzaba a ganarle al esplendor. Sin embargo, en las últimas décadas y gracias a la gentrificación (proceso de rehabilitación de un lugar para aumentar su valor), a alguien se le ocurrió que Palermo podría volverse un lugar de amplios lofts a partir de talleres y fábricas desusadas y un polo gastronómico que mereciera la pena el reciclado de las casonas antiguas a punto de ser demolidas. La propuesta comenzó a crecer vertiginosamente y los descendientes de los primitivos inmigrantes vieron a las casas de sus ancestros convertidas en pubs de techos altos, entrepisos utilitarios, o cafeterías de patios añosos, en donde la tranquilidad de la siesta se vio transformada en un devenir incesante de jóvenes, familias, turistas que no terminan de recorrer las calles del barrio.
Los agentes inmobiliarios comenzaron a delimitar el barrio en zonas, comparables con homónimos foráneos. El Soho londinense y su par neoyorkino, le dieron el nombre al sector comprendido desde la Av. Juan B. Justo hasta los límites con Villa Crespo (infelizmente bautizada como Palermo Queens, otra historia), nuestro criollo Palermo Soho, que ni siquiera Juan Domínguez hubiera imaginado. Y más acá de la avenida en cuestión, se erige el Palermo Hollywood, cercano a los estudios de televisión, tal como el barrio americano, asiento de la farándula de por allí. En poco tiempo Palermo dejó de ser el Bosque, el Rosedal, el Hipódromo, el Botánico y el casi extinto Zoológico para ser una suerte de “ciudad dentro de la ciudad”. El sueño de Borges como barrio fundante, “colmado de auroras y lluvias y suestadas” pasó a ser el paseo obligado de turistas y de todos los que buscamos tanto la tranquilidad como el desenfreno. Hay para todos y de todo.
Fue así que hace algún tiempo, recorriendo las calles del Soho, bajando por la calle Thames, como quien busca un refugio cerca de la orilla del otro Támesis, entre la neblina y el frío porteño nos encontramos con ese lugar que resume todas las historias. Una típica casona que guarda seguramente los aromas de cocina de madre y de glicinas perdidas recorriendo el viejo patio en el que todavía se reúnen los remotos fantasmas de la memoria.
Full City Coffee House alude a ese refugio en donde el aroma del café nos permite abstraernos de los embates de una ciudad cada vez más colmada. Y la historia dentro de la historia nos habla de alguien que abandonó el lejano Támesis para arribar a la calle Thames (“simétrica porfía”, volviendo a Borges), de la mano de una mujer que trasladó las riquezas de su propia tierra en forma de granos de café, para aromar a todo un barrio.
Nomás entrar, el aire se vuelve café. Hay sonrisas desde el comienzo. Un salón ambientado eclécticamente, en donde hay ladrillos, madera, hierro, un sillón, libros, todo regado por una buena música, nos invita a entrar y permanecer. Hay una barra tímida desde donde sucede la magia. La Marzocco aporta el método, Colombia aporta el café y todos se esmeran porque cada taza sea única. Dicen que se puede conocer Colombia a través de su café. Y en Full City Coffee House encontramos muchas variedades de diferentes regiones, tanto para consumir en el lugar, ya sea el espresso como todos los métodos de filtrado, o para llevar a casa en granos o molido en el momento. Excelso, Supremo, Guanes, Nariño, Huila; diferentes regiones, altitudes y varietales que otorgan las experiencias más variadas en nuestro paladar. También hay lugar para algún blend creado en la casa.
En Palermo se albergan muchas cafeterías de especialidad, todas ellas muy buenas, aunque no siempre ofrecen algo diferente como para atraer clientes que procuran dar una vuelta de tuerca a la pasión cafetera. Y el origen binacional de Full City nos entrega desayunos de arepas y huevos revueltos con aires colombianos y el típico inglés, compuesto por salchichas, porotos y huevos, que nos harán enfrentar el día con toda la energía. Sea la hora que fuere, se verán jóvenes extranjeros que lo han elegido por las opciones, las variedades y el buen café. Y para los amantes de los espacios abiertos, hace algunos meses, han habilitado un bonito patio trasero, con dos niveles, en donde cuchichean los amables fantasmas de los antiguos moradores de barrio.
En cuanto a café, la carta nos ofrece todas las variantes frías y calientes. El capuccino es uno de los más correctos que hemos probado. Cremoso y artero como una seda acariciando el paladar. Con buen asesoramiento nos adentramos en algunos filtrados, método Chemex, Clever, prensa francesa, Aeropress y V60.
Pioneros, tanto como café de especialidad como también en enseñaros a comprender que el azúcar es obsoleto en el café de origen, en amar los distintos métodos de filtrado y a disfrutar del café correctamente preparado.
Y si de cosas dulces se trata, recomendamos una exquisita deconstrucción de un tiramisú cuyo único defecto es que se termina enseguida. Hay croissants de calidad, lemon pie, crumble de manzana, brownie (con helado), postre tres leches, entre otros. También ensaladas, sándwiches varios y desayunos muy recomendables y convenientes; tés, jugos, limonada de coco y cervezas.
Dictan cursos de barista, cupping (catas de café) y tuestan ellos mismos sus granos.
En definitiva, si andás pateando callejones en Palermo con ganas de tomar un buen café, navegá por Thames y quedate en la vieja casona de Full City Coffe House. Un buen libro o algún trabajo con la compu serán apenas una excusa para quedarte y probar lo mejor de Colombia.
*****
Full City Coffee House
Thames 1535 (Palermo)
CABA.