La Galette: el pañuelo francés

 

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Para los que crecimos leyendo las historietas de Asterix, la zona de Bretaña era una aldea poblada de hombres educados, que bebían cerveza tibia o agua caliente (el té fue traído más tarde por el mismo Asterix), y que hervían todas sus comidas. Tal vez porque estamos ubicados en el año 50, en ningún lado se hace referencia a las Crepes ni a la Galette.

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En el moderno templo que se ubica entre Marcelo T. de Alvear y Esmeralda, en el viejo barrio de Retiro, aprendimos que la galette es una crepe hecha con trigo sarraceno en lugar del típico trigo candeal que todos conocemos. Por aquellos lugares se la suele acompañar con una buena sidra.

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En un ambiente calmo, de contrastes en blanco y negro, con sillas de madera tipo cafetería, LA GALETTE nos ofrece arrinconarnos en medio del microcentro, aun sabiendo que el mediodía es apenas una forma de atravesar el tiempo de una jornada efervescente. Y los que trabajan por la zona lo captaron bien. En los últimos años, venimos presenciando un cambio en las costumbres de los trabajadores que deben cortar su jornada en dos. El viejo sándwich o la porción de pizza llena de sabrosas calorías servidos en sencillos bodegones, está dando paso a los locales de comida sana, vegetarianos o no, en donde conviven las ensaladas con los wraps, regados por las modernosas limonadas con raros sabores a jengibre, tomillo, o los licuados de frutas y verduras en un inusual matrimonio desigualitario.

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La carta de La Galette es el resumen del sabor hermanado con el bienestar. Las crepes o las galettes pueden ser de trigo integral orgánico o de sarraceno (gluten free, ideal para celíacos). Hay rolls en sus variantes carnívoras (pollo, salmón, atún) o veganas. Ensaladas varias y hasta sopas y tablas de quesos que desprenden vapores de Francia en todo el ambiente. Postres, gaseosas y vinos. Menús a partir de 215 pesos. Todo servido amablemente por mozos franceses que hablan un español demasiado en francés, pero se hacen entender, y como corolario nos sentimos en algún lugar de París o los midi-pirineos, aunque sea por algunas módicas horas.

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Si de galettes se trata, probamos la “Complete” (jamón, 3 tipos de queso y un huevo entero) una exquisita masa integral con un relleno de calidad y toque francés, y la “Poulet aux champignons” (Pollo, champiñones, cebolla, crema de leche, vino blanco, perejil) suave y sabrosa. Las hay también de salmón, de queso azul, de calabaza, etc. todas ellas deben ser deliciosas como las que probamos. Para completar la experiencia bretana, la pedimos con una copa de sidra, en un maridaje perfecto.

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Si pensás que, por degustar una buena comida francesa, atendido correctamente por un francés y en pleno microcentro vas a gastar una fortuna, te damos la buena noticia: los precios son más que asequibles. La opción es excelente. La comida sana puede ser rica y no hay muchos lugares en donde puedas probar la verdadera galette sin vaciar tu billetera ni despulir tu flamante tarjeta de crédito, y todo, como en Francia.

 

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La Galette

Marcelo T. de Alvear 801 (Retiro)

CABA.

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Full City Coffee House: Palermo entre dos continentes

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Corre el año 1580, unos 40 años después de la destrucción de la primitiva Buenos Aires, Juan de Garay decide que valía la pena intentar una segunda fundación. Una vez labrada el acta correspondiente, se encargó de otorgar mercedes (títulos gratuitos) a quienes quisieran establecerse en ese lodazal que por entonces era el estuario del Río de la Plata. Uno de los afortunados fue Miguel Gómez, un criollo nacido en Asunción y que tuviera una extensa participación en aquellos años duros que siguieron a la primera fundación. Diez años más tarde, un apuesto maduro de 30 años llega a estas tierras, estableciéndose en unos terrenos linderos que compra de su propio patrimonio. Su nombre es Juan Domínguez, nacido en la ciudad de Palermo (en lo que hoy es Italia), militar de mucha experiencia en la conquista de los Pirineos. No queda claro por qué viene a parar a estas tierras tan remotas, ni qué fue lo que vio en Isabel, hija de don Gómez, su vecino. Lo cierto es que la suerte no estuvo del lado de Juan, quien muy pronto queda viudo, heredando las tierras que ya había recibido su esposa, una vez fallecido su padre. En los mapas posteriores, ambas chacras fusionadas fueron llamadas las “tierras de Palermo” y así quedaron a lo largo del tiempo. Buenos Aires es inmigración desde el arranque, pero los que consideran que el nombre del barrio proviene de los italianos llegados en las olas de inmigración de los siglos XIX y XX están equivocados.

Pasaron los años. La enorme extensión de este predio fue asiento de inmigrantes que añadieron al barrio una interesante impronta de casas de techos altos y frentes europeos, alternado con las famosas casas chorizo, con amplios patios y galerías cubiertas. Sus calles fueron testigos de florecientes bailongos en donde el resoplo de cientos de bandoneones, convivieron con el humilde organito de la suerte; y al mismo almacén concurrían las señoras de la alta sociedad y las mujeres oscuras, en una armonía no exenta de reproches provenientes de ambas partes. Borges situaba la fundación de Buenos Aíres en la mítica manzana comprendida por Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga. Solo una cosa faltó: “la vereda de enfrente”.

Pero como todo tiene su ciclo, Palermo no escapó a la declive vejez de sus habitantes. El empedrado salpicó sus charcos, borrando el cincel de las fachadas y la sordidez comenzaba a ganarle al esplendor. Sin embargo, en las últimas décadas y gracias a la gentrificación (proceso de rehabilitación de un lugar para aumentar su valor), a alguien se le ocurrió que Palermo podría volverse un lugar de amplios lofts a partir de talleres y fábricas desusadas y un polo gastronómico que mereciera la pena el reciclado de las casonas antiguas a punto de ser demolidas. La propuesta comenzó a crecer vertiginosamente y los descendientes de los primitivos inmigrantes vieron a las casas de sus ancestros convertidas en pubs de techos altos, entrepisos utilitarios, o cafeterías de patios añosos, en donde la tranquilidad de la siesta se vio transformada en un devenir incesante de jóvenes, familias, turistas que no terminan de recorrer las calles del barrio.

Los agentes inmobiliarios comenzaron a delimitar el barrio en zonas, comparables con homónimos foráneos. El Soho londinense y su par neoyorkino, le dieron el nombre al sector comprendido desde la Av. Juan B. Justo hasta los límites con Villa Crespo (infelizmente bautizada como Palermo Queens, otra historia), nuestro criollo Palermo Soho, que ni siquiera Juan Domínguez hubiera imaginado. Y más acá de la avenida en cuestión, se erige el Palermo Hollywood, cercano a los estudios de televisión, tal como el barrio americano, asiento de la farándula de por allí. En poco tiempo Palermo dejó de ser el Bosque, el Rosedal, el Hipódromo, el Botánico y el casi extinto Zoológico para ser una suerte de “ciudad dentro de la ciudad”. El sueño de Borges como barrio fundante, “colmado de auroras y lluvias y suestadas” pasó a ser el paseo obligado de turistas y de todos los que buscamos tanto la tranquilidad como el desenfreno. Hay para todos y de todo.

Fue así que hace algún tiempo, recorriendo las calles del Soho, bajando por la calle Thames, como quien busca un refugio cerca de la orilla del otro Támesis, entre la neblina y el frío porteño nos encontramos con ese lugar que resume todas las historias. Una típica casona que guarda seguramente los aromas de cocina de madre y de glicinas perdidas recorriendo el viejo patio en el que todavía se reúnen los remotos fantasmas de la memoria.

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Full City Coffee House alude a ese refugio en donde el aroma del café nos permite abstraernos de los embates de una ciudad cada vez más colmada. Y la historia dentro de la historia nos habla de alguien que abandonó el lejano Támesis para arribar a la calle Thames (“simétrica porfía”, volviendo a Borges), de la mano de una mujer que trasladó las riquezas de su propia tierra en forma de granos de café, para aromar a todo un barrio.

Nomás entrar, el aire se vuelve café. Hay sonrisas desde el comienzo. Un salón ambientado eclécticamente, en donde hay ladrillos, madera, hierro, un sillón, libros, todo regado por una buena música, nos invita a entrar y permanecer. Hay una barra tímida desde donde sucede la magia. La Marzocco aporta el método, Colombia aporta el café y todos se esmeran porque cada taza sea única. Dicen que se puede conocer Colombia a través de su café. Y en Full City Coffee House encontramos muchas variedades de diferentes regiones, tanto para consumir en el lugar, ya sea el espresso como todos los métodos de filtrado, o para llevar a casa en granos o molido en el momento. Excelso, Supremo, Guanes, Nariño, Huila; diferentes regiones, altitudes y varietales que otorgan las experiencias más variadas en nuestro paladar. También hay lugar para algún blend creado en la casa.

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En Palermo se albergan muchas cafeterías de especialidad, todas ellas muy buenas, aunque no siempre ofrecen algo diferente como para atraer clientes que procuran dar una vuelta de tuerca a la pasión cafetera. Y el origen binacional de Full City nos entrega desayunos de arepas y huevos revueltos con aires colombianos y el típico inglés, compuesto por salchichas, porotos y huevos, que nos harán enfrentar el día con toda la energía. Sea la hora que fuere, se verán jóvenes extranjeros que lo han elegido por las opciones, las variedades y el buen café. Y para los amantes de los espacios abiertos, hace algunos meses, han habilitado un bonito patio trasero, con dos niveles, en donde cuchichean los amables fantasmas de los antiguos moradores de barrio.

En cuanto a café, la carta nos ofrece todas las variantes frías y calientes. El capuccino es uno de los más correctos que hemos probado. Cremoso y artero como una seda acariciando el paladar. Con buen asesoramiento nos adentramos en algunos filtrados, método Chemex, Clever, prensa francesa, Aeropress y V60.

Pioneros, tanto como café de especialidad como también en enseñaros a comprender que el azúcar es obsoleto en el café de origen, en amar los distintos métodos de filtrado y a disfrutar del café correctamente preparado.

Y si de cosas dulces se trata, recomendamos una exquisita deconstrucción de un tiramisú cuyo único defecto es que se termina enseguida. Hay croissants de calidad, lemon pie, crumble de manzana, brownie (con helado), postre tres leches, entre otros. También ensaladas, sándwiches varios y desayunos muy recomendables y convenientes; tés, jugos, limonada de coco y cervezas.

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Dictan cursos de barista, cupping (catas de café) y tuestan ellos mismos sus granos.

En definitiva, si andás pateando callejones en Palermo con ganas de tomar un buen café, navegá por Thames y quedate en la vieja casona de Full City Coffe House. Un buen libro o algún trabajo con la compu serán apenas una excusa para quedarte y probar lo mejor de Colombia.

 

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Full City Coffee House

Thames 1535 (Palermo)

CABA.

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ÖSS KAFFE, la arquitectura del café

 

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Una cafetería invadida por jazz que inquieta mansamente el tiempo. Un café que se escabulle en el diseño admirable. Aquí hay vanguardia. Un café para todos los gustos, porque si elegís filtrados, capuccinos, lattes, cold brew o espresso los hay, pero también hay más. Una carta simple pero directa. ¿Vos qué tomás?

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Armado de un ventanal y diseño avant, un garaje cuadrado en su geometría que mutó hacia un café de especialidad al mejor estilo europeo o americano, donde en un espacio acajonado y una barra abierta ocurre la hermosa arquitectura del café. Anaqueles, libros, cafeteras de filtrados, un Universo en escasos metros…

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Como retazos de arte distribuidos por los rincones se gesta la amalgama del diseño estructural que embelesa los ojos mientras bebemos como se prepara nuestro amado brebaje (muy en vivo, muy cara a cara).

Y no estamos en el parisino Bercy ni en las cercanías de la Piazza Navona. Un tren nos atraviesa. Nos sacude. Nos despierta en la periferia del más acá.

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Su dueño Fernando prepara y comercializa el tan bueno y conocido café Puerto Blest. Hay Nicaragua (nanolote exclusivo, variedad Javánica), tan rico como equilibrado. También un Colombia de 2100 m. que en filtrados (lo probamos en V60, construido por el dueño quien explica la receta paso a paso) es un manjar de miel, frutos y granos. También había Honduras y cada tanto llegan otros orígenes.

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Para acompañar bollería potente y delicada, torta galesa de singular ricor. Panes de semillas e integrales, roles, panes de queso, etc.

Una Appia II de Simonelli es la nueva integrante de la familia del cafecito de la cortada o paso a nivel, según evolucione el tiempo. Por al lado pasa otro tren, por adentro el café recorre nuestras vías.

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A veces transcurre la intrincada arquitectura del arte, a veces suenan clarinetes invitados, bandoneones hurgadores de oídos, algún trovador de mundos y decidores de palabras. También se gesta el espacio para los cursos y las demos. Hay tiempo (suspendido, armónico, lento, paciente) para contar historias. Cuentos sobre sueños y aromas de café recién enhebrado.

Aquí, en Öss Kaffe, donde ocurre día a día la sorprendente arquitectura del café.

 

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Öss Kaffe

Franklin D. Roosevelt 1894 (Belgrano)

CABA.

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TIERRA DE NADIE: en la lejana parrilla…

 

“Terra nullius es una expresión latina que significa tierra de nadie y que se utiliza para designar la tierra o lugar que no es propiedad de ninguna persona.”

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Corría el año 2012 y por aquellos entonces la hamburguesa gourmet no era más que una corriente acunada en otros países con mucha más historia. En Argentina solo se estaba embrionando la idea de una hamburguesa de calidad, con productos bien pensados y desmitificando la idea de la cadena de fast food vendiendo burgers como comida chatarra.

Por esos tiempos en el lejano barrio de Caballito, más precisamente en las cercanías de las avenidas Acoyte y Avellaneda, en donde los negocios no abundaban (menos aún en los alrededores del Sanatorio Méndez) y la moda de bares y restó pasaba por otros barrios más “coquetos”, justamente allí, en esos lares tan desamparados y ajenos, es donde la tierra de nadie dio lugar a Tierra de Nadie. Nace así un mítico lugar de paso (y no tan de paso) para comer hamburguesas de las buenas y también otras comidas en un espacio tipo fonda Tex-Mex (en ese entonces las etiquetas no eran tan usuales ni precisas), en donde el respeto por el producto, el hacer toda la materia prima en el momento y la relación precio-calidad se tornó una constante.

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Luego el mito creció, en base al gran trabajo, ya que la gente se agolpaba y siempre estaba abarrotado; así fue como, desde el año pasado con la inauguración de su segundo local, a unos metros del primero (esta vez sobre la calle Acoyte), no solo mantuvo la regularidad de la propuesta elevadora de varas, sino que le dio una vuelta de tuerca, sacando los pattys en un grill de leña y en un espacio mucho más amplio para que los adeptos tengan más lugar. Se erigen así las opciones de TdN: a la plancha (en el local original de la calle Avellaneda) y a la parrilla.

Es precisamente esta última a la que fuimos unas cuantas veces ya y de la que hablaremos más extensamente en la reseña.

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Tierra de Nadie – La Villa (así es el nombre completo de la segunda parte de la novela), nos agasaja con un lugar amplio, tipo galpón, donde ya desde el afuera se puede apreciar la parrilla y toda la cocina íntegramente a la vista, más una barra para comer en la calle (frente a un ventanal que conecta a la cocina pintada en rojo). Por un pasillo que va bordeando, casi acariciando, la cocina se llega a un comedor enorme en donde toda la decoración es en madera y hierro negro, con mesas y sillas altas tipo cervecería y otras bajas. Una barra lateral como continuación de ese pasillo y una barra central donde se encuentra la caja y ancla con la amplia cocina en aluminio donde perfectamente se puede ver cómo se trabaja. En esta ambientación también hay lugar para algunas paredes con ladrillo a la vista. Completan el lugar, al fondo, un patio trasero bastante grande (abierto) y junto a él, los baños modernosos.

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El servicio es en las mesas con un mozo muy atento (fuimos siempre en la franja de 14-15 hs.), y la demora en expedir la comida es más que adecuada. Esa es una buena hora para ir y encontrar mesas, muy al mediodía o tirando a la noche hay que esperar (la comida lo vale). Aceptan tarjetas y no cobran servicio de mesa (un puntito más).

Sirven comida bastante variada y con algún toque distinto y criollo. Entradas, sándwiches, ensaladas, rolls, varias burgers, cerveza tirada (4 canillas), aguas, gaseosas línea Coca, tragos y vinos (no café). Las bebidas se sirven en unos carcelarios jarritos enlozados que completan el estilo fonda e informal del lugar (nosotros tomamos del pico, perdón). Los aderezos clásicos los trae el mesero a pedido.

En cuanto a las reinas del lugar, pedimos varias veces lo mismo, la Bad Horsie y La Villa, las cuales salen con papas fritas. La primera es un doble medallón de 100 g cada uno con cebolla morada pluma, provoleta al orégano, tomate asado y alioli (¡de las mejores burgers de la vida!). Una hermosa combinación de sabor en donde nada sobra y nos hace olvidar por un rato largo las hamburguesas clásicas con cheddar. La Villa es una hamburguesa de 200 g con provoleta ahumada de locura, cebolla crispy, relish, alioli, lechuga y tomate frescos. Una Burger también estilo más criollo que combina perfecta. Quizás es un poco grande y cuesta manipularla un poco pero el sabor es inmenso. Hay, además entre otras, una doble (alineadas, no una sobre otra) que viene entre dos panes de campo gratinado con queso Danbo, nuestra próxima aventura.

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Hay que decir que el sabor de la carne tiene ese toque de parrilla único, está poco amasada, se deshace en boca y sale con un punto glorioso. Esto es la esencia, el toque distintivo de TdN.

Tuvimos la grata oportunidad de charlar un rato con David, uno de sus dueños, y muy amablemente nos contó que la carne es un blend que va variando según la temporada para poder siempre ir subiendo en sabor y mantener la calidad. Nombró varios cortes que pueden ser apropiados (los típicos u otros), la cuestión es conseguir aquellos cortes en su máxima expresión de calidad. Adquirieron una picadora que también le da forma a los pattys que no solo agiliza el trabajo, sino que mantiene el producto congruente.

El pan es muy bueno, bastante alveolado y sostiene, viene con semillas de sésamo blanco. Si nos ponemos en quisquillosos podríamos pedir un toque más de miga por que lo de adentro es bastante violento. El dueño nos dijo que lo hacen todos los días en el local de manera artesanal.

En cuanto a las papas no destacan demasiado, teniendo en cuenta que la estrella es la hamburguesa. Por ahí dentro de la misma tanda son desparejas, siendo algunas bastantes buenas y otras no tanto. Le comentamos al dueño y nos dijo que hay épocas por lo que el producto en sí es bastante variable. Pero es algo que intentan mejorar.

También nos comentó que el hecho de estar alejados de toda la movida hamburguesera, geográfica y por propia decisión, se mantiene un poco la identidad de TdN. Tratan de cuidar el producto al máximo (y lo logran) y también organizan algunos eventos, en los que invitan a chefs amigos y bartenders para que hagan una burger versionada y un cóctel que maride. La idea, aseveró, es tratar de hacer uno de esos encuentros una vez por mes. La propuesta y la repercusión es muy buena. Es algo distinto y la gente del rubro se despereza y sale de sus cuevas.

El precio es normal y la relación precio/calidad muy buena.

Con todas estas consideraciones, y cotejando el producto, tenemos que decir que nos encontramos sin duda ante una de las 2 o 3 mejores hamburgueserías de Bs As. Sacándole varios cuerpos a los de atrás. Con un producto muy logrado y único, con su propia impronta y con la convicción de que las grandes cosas no suceden por moda o por instalarse en un barrio con “onda”. La mítica la da el producto y mantenerse en el tiempo, lo demás es chamuyo.

 

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Tierra de Nadie – La Villa

Av. Acoyte 263 (Caballito)

CABA.

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COFFEE TOWN: la ruta del café

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¿Quién pudiere probar todos los cafés del mundo? Americanos: Colombia, Brasil, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Bolivia, Perú, Hawái, entre otros. Africanos: Etiopía, Kenia, Tanzania, Malawi, Burundi, Ruanda, Uganda y algunos más. De Asia: Sumatra, Java, Papua, Malasia, India, etc. Para todos los aromas, alturas, colores y paladares, con distintos tostados y para diversos métodos de filtrado o como un sutil espresso. Esa pregunta se contesta con un: “Cualquiera que esté cerca de Coffetown”, porque Coffetown nos acerca el mundo del café o los cafés del mundo a su cafetería (hay dos locales más, el original en el mercado de San Telmo y en Recoleta). Este pionero en el café de especialidad en la Argentina logró crecer a base de la calidad y diversidad de su producto, sin dejar de lado la esencia de lo que difunden: el café cuidado en todas sus formas. Ofrecen muchísimas combinaciones de cafés de numerosos orígenes y distintas formas de extracción por lo que lo hace un lugar casi único para poder degustar todas las variantes de la bebida en cuestión y así disfrutar las tantísimas propiedades organolépticas que otorga.

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Nuestra experiencia discurre en Barrancas de Belgrano a pocos metros del Barrio Chino. El local tiene su típica fachada negra con un amplio ventanal para el take away. Dentro trasciende una gran barra de madera reciclada, sillas altas acolchonadas para estar cerca de donde ocurre la acción, sillas bastantes cómodas y algún sillón enmarcando a mesas de madera clara. Un interesante aroma a café corre por el aire. Al igual que una música que se escabulle en el ambiente. Paredes en negro con los distintivos orígenes del cafeto y alusiones a la populosa bebida. Luces como tuberías enriqueciendo los aires moderno-industrial.

Atienden en la mesa que uno elija. A veces puede tocar una camarera que recién empieza (y es compresible, y hay que ser paciente, el lugar lo vale y no tiene por qué saber todas las inquisiciones sobre el café, allí entra en juego el barista).

La carta es muy completa, en donde destaca como dijimos, las amplias variedades de café (explicados detalladamente) y sus convenientes formas de extracción para que se disfruten al máximo. V60, Aeropress, sifón chino, Chemex (distintos filtrados, distintos cuerpos, aromas, etc.). Hay espresso, lattes, capus, licuados, y quizás uno de los frapuccinos de dulce de leche más ricos de la historia. Varias cosas dulces para acompañar: bollos, budines y medialunas. Y algún que otro costado salado.

La atención, en general, es bastante correcta. Sus empleados son muy jóvenes y llevan el barco más que bien. El barista estuvo muy atento y dispuesto a asistirnos para recomendarnos el V60 (ratio 1:15, proporción entre gramos de café molido y gramos de agua) como método de filtrado para el Sumatra que habíamos elegido (Mandheling de la región de Aceh), y así poder apreciar sus tan ricos aromas: complejo, muy perfumado, alicorado en frutos y cereales. Servido en copa destacaba su color profundo. El sabor arribaba con notas dulces, frutos rojos, áspero al final, acidez ligera, poco amargor. De los mejores cafés en V60 que hemos probado (variedad superlativa).

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Es un lugar muy interesante, donde destaca la inmensa cantidad de orígenes que se pueden probar. Quizás no es el tipo de ambiente que elegiríamos seguido aunque ya nos acercamos varias veces (preferimos algo más intimista donde el trato con el barista sea de una interacción fluida y personalizada, pero es un gusto sumamente personal). En precios es algo más elevado que el promedio, pero el local está en Belgrano y además la exclusividad del producto lo vale. Tuestan ellos mismos y se pueden comprar varios de sus granos para llevar entre algunas otras chucherías relacionadas con el mundillo cafetero. Nosotros llevamos el Sumatra pues es imprescindible.

 

En síntesis, un lugar bien ubicado, más cómodo que el de San Telmo, donde destaca la posibilidad de poder recorrer la Ruta del Café, un viaje que, aunque no nos movamos, está compuesto de curvas aromáticas y sabores emergentes alrededor del mundo. Único y altamente recomendable.

 

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Coffe Town – Specialty Coffee Roasters

Juramento 1717 (Barrancas de Belgrano y sucursales)

CABA.

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BURGERTIFY: Burger 8 bits

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Si estás en un laberinto, hambriento, perseguido por fantasmas de colores, con ganas de comer hamburguesas; si estás en una plataforma donde un mono te arroja catástrofes y con demasiadas ganas de deglutir hamburguesas; si estás en una patineta o corriendo en bosques, nubes y castillos, con un hacha, hambriento, pisando sapos venenosos y saltando pisos movedizos, y realmente querés una hamburguesa; y si estás con un casco en un mundo medieval , hambriento, luchando con necromantes y esqueletos, y necesitás hamburguesas, quizás no estás en un juego de arcade de los 80, pero estás muy cerca, porque te encontrás en Burgertify.

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Y si estás allí, estás dentro de una de las 5 mejores hamburgueserías de Buenos Aires, a pesar de los pocos meses de comenzado este game. Está bien arriba por el sabor majestuoso de su carne, por su gran forma de cocinar la panceta que cruje y llena corazones, por su buena barbacoa casera (se recomienda pedirla aparte para no invadir el conjunto), por la onda única del local y su buen producto en general.

Nosotros pedimos la NES que sale con 200 g de carne (2 hamburguesas smash de 100 g cada una), cebolla grillada (puede ser crispy también), panceta, doble cheddar y también una Trifuerza, igual pero todo triple (más huevo). El sabor es único, de las mejores. La carne se desarma en boca y tiene un toque de pimienta, poco amasado y es bastante grasosa (de las más), con un punto excelente. El pan (con semillas de sésamo tostado) es muy bueno y acompaña realmente bien, pero es altamente mantecoso y pesado (aunque no opaca la gran Burger). Se agradecería más cheddar porque se pierde un poco, quizás son demasiado finas las fetas. También se diluye el sabor de la cebolla.

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Igualmente, estos detalles no oscurecen el gran sabor de este excelente concepto hamburgeseril nuevo. Nos quedamos con las ganas de la Donkey, la cual es una doble hamburguesa entre dos donas glaseadas, una locura tentadora.

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El local es pequeño (pronto requerirán mudanza por tanta demanda o nuevo local), en negro y verde, con cocina a la vista, ambientado en juegos de arcade ochentosos y la pixelación que otorga el mundo 8 bit (hasta se puede jugar a los fichines en un a TV especial para esta empresa). También los nombres de la burgers hacen alusión a ello. Dentro hay sillas altas estilo cervecería y algunas más cómodas afuera, donde hay tres mesas. En horario de 14.30 en día de semana se puede ir a comer tranquilamente sin esperar demasiado.

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La atención es correcta por sus dueños venezolanos.  La carta se encuentra en un letrero que cuelga arriba de la caja. Tienen cuatro canillas de birra tirada, gaseosas y aguas. Aceptan tarjetas. El sistema de expendio es por ticket y te llaman por un número que tiene el mismo. Buenos precios ya que todas la burgers incluyen una abundante porción de ricas papas fritas (buena y cómoda presentación del combo).

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Realmente un hallazgo entre las últimas hamburgueserías que abrieron, con excelentes comentarios en general, se supo acomodar bien arriba de la tabla. Está en un top 5 virtual y puede seguir evolucionando y verdaderamente ganarles a los luchadores medievales, fantasmitas o monos más poderosos…

 

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Burgertify

Costa Rica 5827 (Palermo)

CABA.

BOTE CAFÉ: a navegar por el café…

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En el barrio de San Nicolás se erigen, como apropiándose del cielo, edificios y monumentos históricos, casonas y multiplicidad de oficinas. Y por supuesto la gente que transita sin observar todo aquello que la rápida cotidianidad no les permite debido a las urgencias y el trabajo. En las cercanías de Av. Corrientes y Av. Callao no solo se instala la música de Zival’s ni las letras de sus libros, tampoco se destacan los cafetines históricos como La Opera, ni el recientemente remozado Los Galgos, ni los modernosos Subway o Starbucks. Por suerte, es hora de algunas otras alternativas. La tercera ola del café de especialidad está cubriendo poco a poco los barrios porteños y San Nicolás no es la excepción.

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A pocos metros del cruce de avenidas famoso podemos encontrar a Bote Café. Un salón de amplia arquitectura, ladrillos a la vista, altura en sus longilíneos espacios, gran barra completa coronada con una imponente cafetera Rocket de origen milanés delante de paredes con azulejos negros. Toque industrial y Avant Garde. Nos encontramos con buena música, de soberbia acústica, gran aire acondicionado clave para días de calor agobiante y para escapar del suplicio del asfalto y la rutina. Sin opción de sillas en las cercanías de la barra en cambio hay gran cantidad de mesas de madera para 2, 4 y hasta comunitarias. Acompañan sillas de madera en negro y en rojo, con un diseño certero y minimalista como el ambiente. Lo importante es la atención (muy amena) y el café, por supuesto.

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El lugar no maneja una carta, pero si unos pizarrones en donde explican a la perfección qué es lo que ofrecen. El sistema consiste en pagar en caja y te llaman para retirar tu pedido en la barra. Cuentan con Take-away.

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Se destaca la higiene y la limpieza del lugar, asombrosamente cuidado, una rareza en estos días.

En cuanto a los productos, están presentes todos los tipos de cafés calientes que se acostumbra en la cafetería de especialidad, respetan lo tradicional y las costumbres del barrio, con opciones que se pueden adaptar al gusto del cliente. Hay espressos, capuccinos, frappes, lattes de todo tipo (hasta el tan afamado matcha latte) y en cuanto a filtrados solo el cold brew de la casa (por ahora).

Para acompañar o comer, ensaladas, sándwiches, tortas, roll de canela, medias lunas, pan de queso (bollería horneada en el lugar). También licuados, gaseosas, aguas y tés.

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Nos pedimos unos espressos. Origen Brasil, Minas Gerais, 1050 m. de altura. Aroma interesante a chocolate y madera-terroso. Cuerpo medio, buena crema dorada normal y persistencia adecuada. En boca, un café equilibrado, amargor balanceado, picoso, chocolate, bastante complejo, con poca acidez (seguramente por al atura media-baja del cultivo del grano) que aparece cuando se va enfriando la bebida. Muy rico.

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Nos contaban amablemente el dueño y los baristas que es un café que les proporciona la firma La Motofeca. Les gustó esta variedad de Brasil por su adaptabilidad y equilibrio en cuanto a características organolépticas. Con el mismo tipo de grano, pero con un grado de tueste menor fabrican su Cold Brew de 12 horas de extracción que tuvimos la oportunidad de probar y tiene una frescura y sabor de los mejores en términos de filtrados en frío.

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Gran sorpresa saber que el buen café zarpó hacia los barrios, en donde todavía se necesita de la ardua tarea de mostrar todas las riquezas del café de especialidad. Bote Café con sus casi seis meses de edad, lo logra con creces, con productos de calidad y un concepto de local superador. Altamente recomendable para los amantes del café del bueno.

 

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Bote Café

Av. Callao 477 (San Nicolás)

CABA.

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MALAS EXPERIENCIAS EN LA UNION Y POSTA DE CAFÉ: El café de especialidad no siempre es especial.

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– Oiga Manolo, ¿de dónde viene este café que está sirviendo hoy?

– Hombre, que pregunta… pues de la bolsa, ¿de dónde quieres que venga?

 El típico bar de don Manolo no acepta este tipo de conversaciones. Porque don Manolo le compra su café al proveedor de siempre (que no siempre es el mejor) y el cliente ni se pregunta si en dicha bolsa hay granos provenientes de las rítmicas plantaciones de Centroamérica, de la exótica Java o de lugares tan remotos como Etiopía y Uganda. Hay un pacto secreto entre don Manolo y su cliente en donde uno se compromete a brindarle una bebida oscura, amarga y caliente y el otro se aviene a tomársela sin demasiados cuestionamientos. Si está muy fuerte le pide un poco de leche y si está muy caliente aprovecha para leer los titulares de algún diario. Se arma así la mañana en el día a día de una persona que gusta del café común.

 Las cafeterías de especialidad llegaron hace algunos años para completar nuestra experiencia con esa bebida que tanto nos apasiona y para despertarnos de la modorra de tomar un café mal preparado y que lo pagamos como si fuera oro. La figura de don Manolo hablándonos del partido del domingo o de la situación política del país se transformó en la de un experto (el Barista) que nos indica que lo que estamos tomando proviene de fincas ubicadas en diferentes países de la famosa ruta del café, enseñándonos la altura del terreno en donde ha crecido el cafeto en cuestión y por ende sus propiedades organolépticas, el beneficio, cómo se trataron las bayas para llegar al grano perfecto, cómo fue su selección, su almacenamiento y su tostado hasta llegar al delicioso brebaje que se extrae de una máquina espresso o a partir de los muchos métodos de filtrado. Aprendemos a tomar el café a una temperatura adecuada, percibimos sus notas, tanto en el aroma como en el sabor; distinguimos el cuerpo, el gusto y el regusto que nos deja y nos despojamos de la necesidad de incorporarle kilos de azúcar o leche, que en el café de don Manolo se habían vuelto imprescindibles.

 Pero como siempre pasa en la Argentina, cualquier movimiento de mejora se llega a transformar en una forma de negocio de la que todos quieren participar sin la suficiente formación. Hemos sido espectadores de engendros como el parripollo a cargo de ex-oficinistas devenidos en asadores o de propietarios de locales de paddle quienes apenas distinguían el tenis de un ping pong de mesa. 

 Por suerte, al menos en Buenos Aires existen muchas (cada vez más) cafeterías de especialidad que son excelentes y a las que uno vuelve una y otra vez con los ojos cerrados. En PATYando.com nos comprometimos a recomendar lo bueno, pero también debemos destacar el lado oscuro de aquellos que bajo el nombre de cafetería de especialidad involucran otra experiencia que hace que todo aquel que quiera incorporarse al fascinante mundo del café, resulte poco menos que decepcionado y de alguna forma perjudica a todo el gremio.

 

Salimos el Jueves Santo bien temprano para disfrutar de un buen café. No teníamos ánimo de reseñar nada y por eso decidimos ir a un lugar que ya conocíamos: “La Unión Café”. La primera vez que fuimos tuvimos una buena experiencia. Un lugar pequeño, acogedor, diseño en madera clara y hierro en sus pocas sillas altas repartidas en dos barras. Sin mesas ni baños. Un coqueto café al paso, atendido por sus propietarias quienes nos prepararon un muy buen café, mostrándose muy agradables en todo momento. Siempre es bueno volver a los buenos lugares. Sin embargo, algo pasó esta segunda vez que comenzó a hacernos mucho ruido (y eso que éramos los únicos clientes). Cualquiera puede tener un mal día. Ante la pregunta acerca del origen del grano se nos respondió que era un blend de dos granos de Brasil y uno de Etiopía. Pedimos dos espressos y por dos veces se nos preguntó cómo queríamos el espresso (como siempre decimos un espresso es un espresso y se prepara de una sola forma con pequeñas variantes). Cuando le dijimos de la manera “correcta”, el barista (algo así como un rockstar después de una noche dura) esbozó una mueca sarcástica y no dijo nada más. El café era bueno (Puerto Blest), debemos reconocerlo, pero algo se quebró en nuestra opinión previa. La mala onda se percibía, no hacía falta hablar demasiado y tampoco lo permitieron, tanto que por más que el producto sea de excelencia uno solo atine a salir ahuyentado, ya sea gente novel en el mundo del café o con algo de sapiencia sobre él. Salimos de allí con más ganas que las que entramos.

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Y como dice el dicho “todo lo malo puede empeorar”, caminamos unos metros hasta encontrar un reducto que nos pareció simpático (no lo conocíamos ni de nombre, algo nuevo nos ponía más que contentos, una nueva experiencia cafetera) y a juzgar por los comentarios de Google, prometía un café de especialidad con unas cuantas estrellitas. El nombre era sugerente “La posta del Café”, el lugar: un diminuto local con una barra y otra más frente al ventanal. Minimalismo en su máxima expresión, tanto en la ambientación como en la actitud de quien nos atendió. No había clientes, por lo que el barista tendría la posibilidad de desplegar su conocimiento para hacernos comprender su producto. Nunca lo hizo. Más tarde supimos por qué.

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Pedimos nuestros acostumbrados espressos que fueron extraídos en una máquina Rocket, de origen italiano. Mientras esperábamos, observamos que los 23 a 27 segundos aconsejados para hacer la extracción se transformaron en 40 a 45. El sigiloso barista nos entrega los pocillos altos con bastante más de 30 ml. de café, mientras al momento sentíamos que la temperatura era demasiado extrema como para tomarlo de inmediato (la taza hervía y el humo que desprendía el brebaje marcaba una clara señal de irnos). Aprovechamos para apreciar el aroma, un indescriptible recuerdo a neumático quemado después de una frenada en el pavimento. Ya con ese detalle, deberíamos haberlo devuelto sin probarlo, pero decidimos no ser groseros. Nos aventuramos al sabor una vez que se dejó enfriar un poco. La cosa no mejoraba. El azúcar tampoco obró el milagro. Dimos dos sorbos y dejamos el resto con sabor amargo tanto en boca como en nuestros ánimos, y no dijimos nada porque el barista se mostró más astringente y amargo que su obra. Decepcionante, y mucho más teniendo en cuenta que su ubicación se presta para la entrada de turistas provenientes de países en los que se sabe apreciar un buen café y gente dispuesta a probar la novedad (vaya que fue una gran novedad).

 Don Manolo sabe que su café proviene de la bolsa. No se le puede pedir más porque él mismo no vende nada más que su producto. Se lo puede aceptar o no, pero no se llena la boca diciendo que en su lugar se sirve café de especialidad. Honestidad, ante todo, no solo al decir sino también al hacer.

Los rockers están en los escenarios y los baristas, sin embargo, saben y preparan café de especialidad.

 

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La Unión Café

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La Posta del Café

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DOGG: Lo primero es la parrilla.

 

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Al entrar a Dogg nos encontramos con un ambiente amplio, de inspiración en la hamburguesería americana. Todo en hierro y madera (tipo industrial). Con cocina a la vista tras un gran mostrador central (¡sin nada de olor a fritura o humareda en el ambiente!). Hay mesas y sillas, altas y bajas, para todos los gustos y comodidades, algunas dispersadas fuera del local también. Todas las paredes hacen referencia a la empresa y cuentan con un concepto de reciclaje que incluye también alcohol en gel para higienizar las manos, y tomar solo las servilletas necesarias para cuidar el ambiente. Un excelente aire que cubre el acondicionamiento de cada rincón de semejante local. Hay espacio para un llamativo sector con todo tipo de salsas picantes (muy original). Las salsas comunes están en cada una de las mesas (caseras y muy ricas). Los baños están bien cuidados, pero son pequeños en cuanto al volumen de gente que puede albergar el lugar.

La atención es correcta. Se puede pagar con tarjetas. El sistema de expendio se basa en pargar en la caja, te dan un beeper numerado y te llaman cuando está listo tu pedido por medio de ese aparatito que se ilumina.

En la espera, que fue normal, ya que hacen todo casi de cero, vimos que es un ambiente de corte familiar y juvenil. Muchos niños pequeños con sus padres que van por el combo como salida de domingo. Los sábados al mediodía hay un público de gente joven, amigos y fanáticos de la hamburguesa.

La carta incluye burgers dobles (2 de 100g, también se puede optar por triples) que salen con cheddar y se pueden elegir entre varios toppings: panceta, tomate y lechuga, chili, queso azul, queso presidente, guacamole (entre otros), siempre con cheddar o solo cheddar. Los precios individuales son un tanto elevados en comparación con otras burgers de igual o superior calidad (estamos en Belgrano). Salen panchos con varias salsas, wraps, ensaladas y hasta helados. En cuanto a bebidas hay cervezas tiradas, aperitivos, café Nespresso, aguas, limonadas (un tanto caras, pero de buen sabor) y latas de gaseosas a 50 mangos. Los combos de una Burger + papas fritas + gaseosa sale 215 pesos y son más convenientes.

En cuanto a la comida pedimos una Burger Doble solo con cheddar acompañada por papas y gaseosa, un pancho con salsa tártara, guacamole y cheddar más su respectiva limonada. En otra ocasión previa habíamos optado por unas burger de queso azul, cebollas caramelizadas, cheddar y pepino, a las cuales se intentó agregarle panceta; y digo intentó porque cuando vino la hamburguesa no tenía ni queso azul ni la panceta. Al ir a consultar en la parrilla nos dieron unos “tarritos” con los ingredientes que faltaban (armá tu propia aventura, recordamos). Inconvenientes que pueden pasar, pero no opacan la comida.

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El pan de papa (tipo brioche que hacen artesanalmente en el local) es más que correcto, no se desarma, acompaña bien sin destacar demasiado. En cuanto a las hamburguesas son dobles (son dos finitas de 100 gramos cada una, con queso arriba de cada una de ellas) con poco amasado y buen punto de cocción (perfecto), con un sabor a parrilla único y característico que le da muy buena sensación en el paladar, se desarma en boca y se funde muy bien con una buena cantidad de cheddar de excelente sabor. Es un estilo particular, con el gusto a parrilla que muy pocos logran; de muy buena calidad de producto para ser cadena tipo fast food estilo yanqui. El hot dog es muy rico también, cocido a la parrilla, con las salsas que le dan un buen sabor y el pan de calidad. Quizás deberían ser porciones un tanto más grandes por el precio de cada producto. Las papas fritas con cáscara (salen mucho más calientes que las carnes), sin ser maravillosas son mucho mejores que varias que hemos probado sin parecer demasiado sofisticadas.

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En definitiva, Dogg está inserto en una linda zona (a unas cuadras del Barrio Chino) para pasear por lo que es una muy buena opción para comer una rica hamburguesa en familia o con amigos. Muy buen producto el que ofrecen, un poco elevado en precio, pero es normal en el barrio en que se erige la franquicia. Si hablamos de la comida en sí, las burger y panchos son altamente recomendables. Hay que volver porque las hamburguesas son esenciales, quizás estrictamente hablando del sabor de la burger, Dogg entra en un podio que ya se nos enmaraña por las distintas buenas opciones.

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Dogg

Blanco Encalada 1651 (Belgrano)

CABA.

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